jueves, 8 de septiembre de 2011

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ESCRIBO DESDE MI DESTIERRO, TE SALUDO

Pueden haber pasado muchos días y muchas noches, jamás podré precisarlo: No hay ventanas ni relojes en este lugar, solo un par de ojos que me hablan de un retorno, de un "ya es suficiente, es hora de volver", pero volver a dónde, si todo me sabe a inseguridades y formas sin sentido. Me pregunto porque todo se habrá vuelto tan oscuro, tan opaco. Cuándo se apagaron las luces de los faros que me guiaban por estas aguas turbias a las que se vendió mi alma. Cuándo. Y es que no resisto más, no logro soportarlo. Para mí se acabó.

Por eso te escribo, Soledad, mi bella y delicada soledad. Por qué valles misteriosos te me habrás perdido, a qué texturas borrascosas tu esencia se habrá entregado. Ahora estas lejos, sola, y aunque jamás nadie pudo comprenderte, yo fui capaz de sentirte. Por ejemplo ahora, en este desdichado instante, te siento aquí, aquí en este simple corazón que todas las noches se desangra y se seca el alma escribiendo para ti rimas, cuartetos y sonetos que desfallecen en garúas tenues de amor y lamento: versos que nunca podré cantártelos quedamente al oído, antes de que tus ojos -tan tristes y gris verdosos- se cierren para mí y se abran a un mundo de notas y risas que no hablan el lenguaje de los hombres. Tú me mostraste lo que es el amor por el camino correcto: el del rechazo más inhumano, el del dolor y del vómito. Allí está lo hermoso: Conocer el amor por el camino del desamor; y sin embargo fue delicioso y dulce mientras duraron aquellos días que por ingenuidad y, por supuesto, error, califiqué como "nuestros días". Sé que debes estar en medio de vasos llenos de Vodka y Ron, en medio de un amor y un adiós, así que te pido una cosa sencilla: No te frustres más por mi, que se va el intento de poeta y te deja un verdadero trovador.

Y por eso te escribo, Trovador, mi odiado y, al mismo tiempo, admirado y amado genio creador. Por qué calles oscuras caminarás ahora, a qué altar de juegos sucios y sublimes tus palabras y sentimientos se habrán sacrificado. A cuál de todos ellos Trovador, a cuál. Ahora me divierte pensar lo mucho que envidié esa manera tuya de contraer el rostro -sí, me refiero a ese viejo y feo rostro de repugnancia que ofrecías al mundo-, esa forma tan propia y extraña de manchar cualquier objeto metafórico que resplandeciese por pura causalidad del ser. Siempre magistralmente apático, pero no se puede negar que esa fue la vía por la cual me enseñaste lo que es el arte: Una manifestación tan inmunda como la misma suciedad del ser que la procrea. Qué delicia fue eso: Conocer el arte por el camino del no-arte. Sé que siempre blasfemaste el que te haya logrado identificar, y no solo como el artista que evoca por medio del espíritu, la placentera, fluctuante futilidad de la vida, y la transforma en sentido, sino también como lo que en verdad eres: un inmundo trovador; inmundo, pero al fin y al cabo el único artista condenado desde mucho antes de nacer a serlo. Tú odiabas eso: el que te haya descubierto antes que tú. Así que te pido una cosa sencilla: No maldigas más por mí, que se va el intento de Luciérnaga y te deja a su amor.

Y también por eso te escribo Andy Aston, mi frustrante y agorafóbico Andy Aston. En qué momento tu alma y el alma del ático se habrán seducido en un rito misterioso donde terminaron siendo uno. Es que es increíble: Lo abandonaste todo: tus sueños, tu familia, la fotografía y, con eso, toda rienda humana que te atara a la civilidad. Y ¿Para qué? Para unirte a la humedad de este ático que yo he osado contaminar con mi insufrible dolor, con mis crisis de risa-llanto que por las madrugadas aún me asaltan. Tantas pesadillas del pasado y a pesar de eso y de las situaciones que me han sucedido siempre estuviste allí. Nunca preguntaste nada y yo nunca encontré las palabras para explicártelo, pero tus ojos lo supieron desde el inicio de la eternidad. Yo jamás descifré aquellos códigos que constituían tu existencia, jamás alcancé a interpretarlos del todo por más que intentase e intentase, pero tú... tú me comprendías como si hubieses visto en mí hasta los detalles más mínimos, hasta las peores atrocidades que a través del tiempo he ido acumulando en secreto. Y sé que ciertos días abandonaste tu amado ático a causa mía, por eso te pido una cosa sencilla: No lo dejes más por mí. Ermitaño Andy Aston, me voy y lo siento por ti... lo lamento profundamente solo por ti. Si es que algún día llegas a leer esto... sé que lo entenderás.

Andrés.

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Aquel día Andrés recogió todos sus escritos, observó a Andy Aston inmerso en su ático y salió. Entonces solo quedó una hipócrita realidad burlándose de tales situaciones.

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Qué maravilla el tener una hoja virgen. Y decir que todo se resume a este irónico momento... no, no es eso, es sencillamente lo último que escribo. Me siento ridículo e incómodo... Forzarme a escribir aquí es una tontería, pero lo vale, es tal vez lo único que vale:

Este es el punto de quiebre, aquí se termina todo. Hasta puedo sentir paz al fin y unas cosquillas que apenas logro reconocer. Creo que son ganas contenidas de reír, ganas y más ganas de reír. No sé si es por ver el mundo después de tanto tiempo, o tal vez porque este es el aclamado fin. No existen más retroactividades en este punto. No habrá más hombres atropellando la realidad con sus culturas, sistemas, teorías y demás cuestiones. No habrá ni quedará nada... pero precisamente allí empezará lo absoluto, lo verdadero. Bueno, si no sucediese así al menos tendré la satisfacción de haber hecho en esta vida algo tan estúpido como la vida misma. De todas formas no me preocupa demasiado... también lanzaré esta hoja junto con las otras. Entonces las veré irse en ese maravilloso vaivén del hasta nunca... Que gracioso, quiero reír pero las lágrimas se me desbordan de los ojos.

Y para finalizar, ahí están todos, y más allá está el abismo, esperándome. Parece decirme: "Después de absolutamente todo... aquí estamos".

Nada más que agregar.

Andrés.

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En efecto. Andrés no solo había tomado, sino que tenía la firme determinación de lanzarse de la última planta del edificio más alto de la ciudad sin nombre, y lo hubiera conseguido si es que no hubiese tirado primero los escritos. Al hacerlo, se quedó contemplando maravillado el baile de las hojas al caer. Entretanto un grupo de gente había advertido sus intenciones, de manera tal que cuando se arrojó, miles de brazos lo cogieron y se lo llevaron a un centro de salud mental donde una persona (La Persona) lo esperaba.

No obstante, varios testigos afirmaron haberlo visto caer e irse junto con sus escritos y sus incontables fondos y formas, arrastrado por el suave viento y por el rumor incomprensible de las tardes de los jueves místicos, los cuales solo surgían cuando Soledad y el Trovador se unían en el más deseado secreto de sus inmortales y desoladas almas.

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lunes, 15 de agosto de 2011

trobador


¿En qué momento me perdí entre los rostros de esta ciudad?
Busco una respuesta en los diarios que fui garabateando desde que era un quinceañero tratando de ser escritor; busco una respuesta en las nubes que, con forma de manos coloreadas de LSD, juegan con los sonidos de las montañas; busco respuestas en las prostitutas baratas de esta ciudad que no tiene nombre; pero no encuentro nada, no me encuentro a mí mismo por ninguna parte: ni siquiera en los bolsillos del abrigo que alguna vez pude robarle a Soledad y que ahora está en un rincón de esta habitación, la habitación del trovador, lleno de vómitos pasados, de polvo, de podredumbre, de las cosas que se interpusieron entre yo y ese camino a la perfección que en realidad jamás encontré.

Estuve en la cima del mundo durante ocho meses: mujeres, drogas, alcohol, calles, música, alucinaciones, y postales, hermosas postales vivas que ahora rondan mi cabeza con crueldad: días soleados en balcones del centro histórico con alguna cabellera rubia entre mis dedos, la risa de alguna chica hermosa agudizada por el efecto del LSD, el soplar del viento con olor a marihuana, la cerveza que siempre estaba ahí, como recurso inagotable.
-Soy un artista- decía yo – el único artista de esta ciudad, no necesito escribir para demostrarlo, cualquier imbécil es escritor hoy en día, yo soy … más- en medio de alguna borrachera en algún apartamento sucio un viernes cualquiera. Un departamento sin agua potable, con la luz cortada, apestando a mierda y a restos de comida china olvidados en algún rincón durante semanas, rodeados de moscas y lombrices de esas blancas y muy pequeñitas que causan pánico.
-¡Estoy viviendo el sueño!- gritaba yo a los cuatro vientos sobre el colchón lleno de marcas de semen y sangre, jugos vaginales y tequila muy costoso, el colchón sobre el que caía rendido todos los días a las 6 de la mañana después de una extenuante madrugada de excesos. Así, la existencia parecía perfecta, asquerosamente perfecta, los recuerdos del pasado se vieron borrados por el paso inmisericorde del tiempo, de la vejez, del cansancio; sólo existía  un montón de comida deliciosa, dinero que mi padre enviaba cada mes, sexo al despertar y un montón de caramelos masticables de muchísimos colores. Colores, siempre colores, pero la vida no sólo se trata de colores…
Ahora sólo quiero escapar, escapar de mí mismo, arrancarme cada uno de esos recuerdos, matar a cada una de las chicas con las que tenía sexo mientras pensaba en lo bien que Soledad lo hacía. Quiero escapar a un lugar sin smog de autobuses, sin comida chatarra, sin gritos, sin rock, sin nada… sólo puedo pensar en Soledad vestida enteramente de blanco contándome alguna historia en algún lugar lejos de esta ciudad, lejos de cualquier ciudad… Quiero a Soledad vestida de vía láctea para mí, quiero una Soledad con olor a pureza.
Pero no hay nada ni nadie en mi mundo.
Me enrollé con Kelly en una fiesta que daba El muecas por su cumpleaños. Pusieron Punk toda la noche y, mientras seis punks cantaban y se empujaban en la mitad de la oscura habitación de los suburbios al ritmo de ‘baila pogo sobre un nazi’, la novia del Muecas golpeaba a su hombre con furia en el rostro, y este no paraba de reírse acostado sobre su propia sangre en la puerta de su casa, la sangre formaba un chorro espeso que se esparcía lentamente para acabar en la alcantarilla. A las 3 a.m. llegó el momento de la piñata: teques de basuco, tolas y marihuana rodaron por el suelo cuando alguno de los punkeros con cresta caída usó su cadena como un niñito de seis años hubiera usado el palo de la escoba de su madre si se hubiera tratado de una fiesta infantil. Mientras tanto, me encontré a Kelly afuera del baño dándose un pinchazo, le tomé de la mano y me la tiré en el asqueroso baño de la casa del Muecas. Sonaba Maldito país de Eskorbuto ahí afuera. Cuando terminamos, Kelly quiso darme un poco de su droga y le dije: -no me van las drogas duras nena.
Viví junto a Kelly por tres meses. No recuerdo casi nada de ese tiempo, sólo la ira que sentía al tener que encerrarme en el baño del apartamento para poder leer en paz, en cualquier otro lugar de la casa se escuchaban los gemidos de mi Kelly tirándose a algún punkero, todos los días la misma mierda… luego salía, el punkero me sacaba sangre de la nariz y se largaba mientras Kelly lloraba y me pedía perdón.
Kelly me miraba con curiosidad cuando en medio de una borrachera me ponía a garabatear en las servilletas para acabar rompiéndolas con furia: parecía que había perdido mis ganas de escribir para siempre, sólo podía poner palabras aburridas, había perdido toda esa furia de luciérnaga sangrienta que alguna vez tuve allá en Lima, o en mi Quito o en París, en esta ciudad de mierda no había nada que escribir sólo el paso de los días que me golpeaba en el estómago con experiencias que antes me hubieran parecido inverosímiles, maravillosas: atardeceres delirantes, mujeres hermosas exigiéndome que les implante un beso en medio de los senos, cerveza cayendo hasta por el techo…

Así como llegó, Kelly se fue… una tarde regresé del centro y ya no había nada en la casa: sólo el colchón y mis libros: el dinero, el equipo de sonido, la guitarra eléctrica, las drogas,  los amplificadores, las medicinas y hasta la tapa del retrete, esa perra se lo había llevado todo.
Ahora no está Kelly, no están los que decían ser mis amigos en esta estúpida ciudad, no tengo nada de dinero… intenté masturbarme pero encontré bastante insatisfactoria esa tarea. Intenté buscar restos de droga, pero tampoco me apetece eso… quiero estar con mi madre, quiero estar en esos días en los que podía escribir todo el tiempo, en los que podía reír junto a Soledad. El sueño se ha acabado, se ha vuelto mierda y yo no sé dónde diablos estoy.

Cuando descubrí que Kelly me había dejado lo primero que hice fue pensar en suicidarme… pero las cuchillas que habían en el baño estaban todas oxidadas y ensangrentadas, no me ayudarían a tener una muerte virtuosa… me recosté en el colchón y para mí sorpresa quedé dormido al instante, ni siquiera los piojos que habían anidado entre las sábanas me impidieron tener el más profundo de los sueños…
No sé si dormí por una noche o por varios días, sólo sé que al despertar todo estaba muy claro… armé una maleta llena de libros y le prendí fuego al apartamento y huí… era cerca de la media noche y fui hacia la zona rosa donde no fue difícil quitarles dinero a una niñas adineradas que trataban de entrar a una discoteca. No les robé mucho, sólo lo suficiente para tomar un autobús a mi Quito. Iría a ver a mi padre y le sacaría suficiente dinero como para encontrar a mi Soledad.

Xxxx

He vivido todos mis sueños en esta ciudad de los sueños rotos,
los he derrumbado uno por uno hasta despertar y sentir la dolorosa luz de la mañana pegando de lleno en mis ojos,
¿dónde estás Soledad?
Mis sueños hechos de latex se han ido al tacho de la basura, llenos de mi semen y mi juventud,
los cartones de LSD se han disuelto en risas, en comida rápida.
Mis sueños se han convertido en vómito de borrachera,
y ahora, mi dulce luciérnaga, tan sólo quiero estar cerca de ti.

lunes, 25 de julio de 2011

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MANUSCRITOS Y MÁS MANUSCRITOS

Para Andrés era como un génesis: Un eterno volver a empezar. A veces se resumía a un seguir deambulando, cuestionando las dimensiones del tiempo y de la realidad, la cual desde su perspectiva se había tornado vacía y siniestra: Un universo sin sentido, tan incoloro e insípido como cierto días en que lo invadía el odio más puro, el furor más violento y el dolor más lacerante, sobre todo cuando escribía y recordaba a ese par de seres que llevan gravado en la frente el símbolo de autodestrucción de las Luciérnagas, símbolo que sabía que jamás podría llevar.

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No sé cómo explicar lo de estos días. Es terrible. No, es… no sé lo que es. Esta inseguridad, este hondo dolor en el pecho, esas sombras que se me impregnan en la sangre. Cuanto más procuro aminorarlo, más se dispersa. Y que no se diga que no he tratado de borrar los recuerdos, sentimientos y opresiones; si hasta he intentado arrancarme la piel para olvidar quien soy, para desprenderme de esta asquerosa humanidad.

Porque ya no me queda nada. Ni siquiera argumentos tangibles a que aferrarme. Únicamente estas hojas que amontono junto con otros desperdicios. Solo ellas saben de este estado de sopor que me obliga a punzarme y punzarme cada vez más hacia dentro, hacia la inmundicia, a mirarme tal cual: como una grieta que con furia se va abriendo paso por fríos subterráneos, cavado por un par de seres sin rostros. Tampoco ya hay latidos en mí; esas vibraciones que antes agitaban rocas nimias, una especie de trizas de vida que ahora se han extraviado. En su lugar he encontrado esta maldita quemazón epidérmica.

Lo sé: Fueron identidades, verbos, logos y pasiones. Aspectos imprecisos. Qué más da. Ya nada importa, pues en esta habitación húmeda todo rebota, se dilata, vuelve a rebotar y se va… Solo una cosa es seguro: No existe modo de volver.

Andrés.

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miércoles, 20 de julio de 2011


Soledad huía de sus lunares de carne constantemente, poseía las paginas de sus diarios llenos de migrañas… quería exterminarlo todo incluso al trovador matarlo todo, ya estaba aburrida de las calles grises llenas de orines de siempre y  su único afán de vida parecía situarse en la obsesión que tenía con un yonkie que vivía en la calle quilca al cual había conocido por ese entonces, estaba obsesionada con la manera que tenía de hacer beber a sus venas dosis de ketamina, a sus ojos desorbitados perdidos en el mas dulce momento a-temporal de sus vidas, cuando se colocaban, se miraban, jugaban a esconderse los ojos, bailaban las pupilas en un juego fortuito de achicarse y agrandarse, todo se convertía en un poema de tzara, para los dos era un amor fatti, un suicidio de horas, un momento sin carne y solo jugo de besos en las manos, de sus bocas salían te quieros y mordidas en los labios, ella había perdido en un juego de sustancias, se había enamorado de un pomo y de un pinchazo. Por las tardes iban de compras a emancipación para buscar su vitamina preferida, se reían, esclavizaban sus jeringas a sus cuerpos como si fuera su ultima vez, el ultimo pinchazo y soledad tenía miedo de perderlo todo, al trovador allá a lo lejos también, porque sabía que fuera de todo el estaría sintiendo su perdida, estaba sintiendo como el paraguas que dejaron la primera vez que se conocieron se iba alejando cada vez mas de aquel puente en Paris, que si seguía así iba a quemar su vestido azul favorito, ese que poseía aquel cierre que le encantaba abrir y cerrar al trovador después de tantas noches, tantas y tantas noches llenas de vino tinto y cañazo, cigarrillos baratos, moños de marihuana, techos sin sol. 

¿Dime quien esta ahí ahora Soledad? ¿Dime quien juega con tus cabellos y tus puntas amarillentas? Ella ha pensado escribirle una carta a Andrés por estos días, decirle que ella esta cambiando, decirle que ya no tiene quince años y el saber que hay mas velas en su torta de cumpleaños la está matando, contarle de su yonkie como para que indirectamente vaya y maté de una vez por todas al trovador, lo mate y como bien sabe en un cajón regrese para ella, porque solo de esa manera es posible que su cuerpo regrese a sus brazos, la mire por ultima vez con su vestido azul ,con sus jeringas y quemarse en un ultimo pinchazo un día de sol gris . 

lunes, 16 de mayo de 2011

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UN ÁTICO... CUALQUIER ÁTICO

Aún quedaba el recuerdo de varios meses desde la salida de Andrés del hospital. Andy Aston le había cedido con mucho recelo un pequeño rincón de su ático. Lo veía allí, escribiendo o mirando las fotografías interminables de las paredes. Creía que se escondía de la mujer de la planta inferior, de la policía o de las preguntas de los estudiantes. Sea como fuese, ambos tenían la noción de las convencionalidades perdida.

Arrimado en un enmohesido sofá, Andrés estaba condenado a lastimarse poco a poco matando poesía, rasgando y rasgando cada palabra materializada. Con ira comprendía que jamás se convertiría en una Luciérnaga. Para ello se tenía que nacer, que ser.

Andy Aston lo observaba a través de su mundo y lo compadecía. Veía al tiempo disolverse en las profundidades de sus ojos e intuía que ese era su fin y el principio de algo peor, pero nunca llegó a imaginar los verdaderos sucesos (en el caso de que existiesen) que acontecían en la mente de Andrés.

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Ellos nunca me dejaron entrar en esa extraña y eterna danza que realizaban juntos. A ese halo de infinita incertidumbre en el que se citaban para unirse. Nunca. Solo fui Andrés, el perdurable aburrimiento de sus melancolías, el bostezo de sus labios al amanecer. Será que nunca fui real o que su irrealidad terminó por ser mi hábitat natural. Ellos quisieron divertirse en un mar de constantes secretos donde navegaba. Creando mareas me hicieron naufragar. Hundieron las islas y borraron las anclas. Estrellaron navíos y excomulgaron frías alegrías, mientras yo buscaba los eclipses imposibles del alma... Ahora comprendo por que Soledare desaparecía, por que el Trovador desaparecía.

Ellos, siempre ellos y solo ellos... Luciérnagas que se entregaron a la ubicuidad del tiempo y del espacio… la vida, y no me llevaron. Me dejaron en la lejanía nebulosa y desde allí creo divisarlos: Se acarician al borde de las utopías y de las lamentaciones sesgadas.

Ya no quiero sentir, ya no quiero pensar, ya no quiero recordar... Las sirenas me adormecen debajo del mar.

Y no hay tierra a la vista… jamás volverá a haberla.

Andrés.

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martes, 11 de enero de 2011

Carta al trovador

Era imposible despegar mis dedos del papel por mucho tiempo, los pájaros atormentados han huido de la pequeña cajita roja que me regalaste con formas de promesas y sueños. Leí tu carta y no me atreví a tocar ningún rincón de tu habitación, solo moví un par de zapatos viejos que tanto te gustaba usar y los guarde en mi pecho, he cambiado tanto. No sé si me encuentres, Soledad ha tomado mucho Litio para amedrentar su psicosis post terremoto, ha roto cartas, quemado corazones de papel, si azules, como los que dibujabas con lágrimas de amor en las paredes de nuestra habitación. Me has regalado tantas cosas, me regalaste por ejemplo este color índigo aquí casi en medio de mis senos, me regalaste nostalgias cristalizadas en pequeñas piedritas que solías hacer para colgarlas en mi cuello, aun guardo tu sabor en mi lengua y los cortes de tu navaja.

He fugado mucho antes que tu partieras, he planeado una de mis tantas fugas eternas, el cielo aquí se mueve demasiado y he dejado para siempre los químicos, estoy encantada,  enamorada de la manera en que puede girar el mundo con pequeñas cosas, se que tú sabías que había muerto, que me había tirado al río, que te deje una de mis tantas cartas, la más bonita, la que más me gustaba sobre tu mesita de noche  justo al costado de las colillas de cigarrillo y la cajita de fósforos donde solías ocultar la marihuana con la esperanza que salieras a buscarme, pero no lo hiciste.

Hoy llevo puesto el vestido azul que tanto te encantaba verme, el cabello corto y en mi mano esta el viejo paraguas con el que alguna vez nos conocimos, te extraño tanto y he cambiado.  Pero lo que no ha cambiado es el dolor que me causa recordar el brillo de tus ojos, y si también te odio, te odio mucho trovador, odio a tu maldito Quito, a tus prostitutas, el sabor a vino tinto barato que aun estoy forzada a comprarme, a tu lejanía y la manera abrupta en que esta que me mando a tirarme al río, si ese maldito bicho de drogadicto muriendo por tener ese rico “ego” entre tus manos me ha matado, fúmatelo, aspíralo, inyectártelo en las venas hasta que se te rompan los brazos para subirte a tu nube, a la mas puta de tus nubes donde solías aumentar tu egoísmo, pero lo que más odio es que hasta eso adoraba de ti, adoraba ver como disponías de mi y era todo un ritual verte partir de pronto con los pocos trocitos de papel crepe que lanzaba a tus cabellos cuando jugábamos en la cama. Tengo resaca y los días con lluvia me hacen escribirte en papel higiénico y ya se ha agotado todo, aquí en mi habitación tengo una ventana, creo que desde aquí puedo ver a la mas puta de tus nubes, esa que te olvidaste de recoger de tu habitación antes de marcharte, la más puta.

domingo, 9 de enero de 2011

Carta a Soledad

... y con ese mismo odio te entregaré todo lo que nos queda: esa gran habitación desordenada llena de papeles sobrecargados de palabras, los cassettes con cintas viejas con olor a whisky y mis dedos… que tocaron todos los mundos a los que tu amor me permitió llegar, que rozaron tus labios tratando de dibujar en ellos un reflejo de todos mis sueños y esperanzas. Así, te lo entrego todo y no les dejo nada a las malditas calles que me han visto morir. Te dejo también mi cansancio para que deshagas muchas cosas buenas con él, para que cuando llueva no salgas a recoger la ropa que se estaba secando, para que cuando tus guaguas lloren no les vayas a limpiar, pero sobre todo, para que nunca intentes limpiar mi habitación ni trates de recoger los papeles sobre cargados de palabras porque ella está bien así, tan virgen como tus largas piernas, como las horas en las que yo me soñaba recostado sobre ellas, besándolas con la furia que tu cuerpo siempre me inspiró, sintiendo la envidia sacudiendo mi lengua, moviéndose alrededor de esa maldita virginidad, de esa inocencia que nunca tuve … Y con ese mismo odio quemaré las cosas que tu me entregaste, esos corazones hechos con panfletos de centro comercial que latían por la esperanza con la que tus manos les dieron forma; los quemaré porque dejaron de latir cuando yo dejé de jugar a tener esperanzas y no quiero aumentarle el olor a podrido al cuarto que te estoy entregando. Soledad, mi corazón está mudando de piel y es por eso que no he podido sentirlo en estos días. Al parecer la humedad de la ciudad no es la necesaria para que este proceso se lleve a cabo. Va a ser un poco raro sentir mi corazón latiendo de nuevo porque ya me he acostumbrado a no sentir tus besos sobre mi frente, ni los de las prostitutas de La Marín, ni los de las noches con neblina de Guápulo. Así que espérame un poco más con aquel brasier que tanto me excita, porque esta noche mi corazón tampoco te encontrará para tocarte.

jueves, 18 de febrero de 2010

PARADISÍACO INFERNAL

Plácido, recogía florecillas con vetustos conejos dentro. Saltaba por allí, saltaba por allá. Cuando ya tenía suficiente, las presionaba fuerte con ambas manos y veía la sangre coagulada desbordarse y correr entre sus dedos. Gran placer ¡oh sí! Gran placer. Luego, al aburrirse, buscaba los rotos fragmentos de realidad que flotaban a través del vino del sueño. Era la perfecta señal de que los efectos estaban disminuyendo; sin embargo, él no lo sabía.

El cielo celeste se tornó gris de repente. Un día más llegaba a su término. Al crepúsculo todos se preguntaban qué había sucedido con aquella alma sosegada, con aquel espíritu tan limpio, con ese ser incorruptible. Simplemente el declive de una vida interna, repetían. Debía despertar, rasguñar la telaraña abominable y morder al gran arácnido ponzoñoso que lo retenía. Sí. Morder y destrozar. Y tenía que ser de inmediato, antes que las tinieblas oscuras, absorbentes, lo penetraran.

El pobre gemía, sudaba océanos negros y gemía otra vez. De pronto, luchando contra esa dualidad presente en todas las culturas y naciones, un dolor corporal inmenso se apoderó de él. Una enfermera reaccionó (o se compadeció) y le volvió a inyectar morfina en el suero. “Ya no sentirás dolor” le canturreó cansada, consumida por otra larga noche en el hospital (ignorando que los demonios céntricos se habían soltado ya hace algún tiempo... Hermetismo total).

Lejos de la cama Andy Aston observaba los acontecimientos inmóvil y aturdido. Por alguna extraña razón había dejado su ático, aunque no sería por muchas horas. Toleró pasar algunos segundos antes de acomodarse las gafas oscuras, mirar el reloj y, apenado, encaminarse hacia la puerta.

Pero un gruñido inesperado en el centro de la habitación lo hizo volverse. El cuerpo vendado y casi inerte de Andrés convulsionaba y se retorcía ¡Más calmantes! Gritaban todos ¡Más calmantes! ¡Llamen a un doctor! ¡Rápido!... Simultáneamente el ojo no expuesto se abría de manera gradual, permitiendo a las almas venir e ir a su antojo, sucediendo lo que se conocía como un “Demasiado Tarde”.

Y la vida de Andrés se extinguía lejos de todo.

miércoles, 17 de febrero de 2010

Bastarda Orfandad

- Maldita sea la hora en la que alguna vez nació esa niña llamada Soledad, ¡maldita sea la hora! ¡Maldita! ¿Entiendes Laura? ¿Entiendes?- gire mi cabeza mirando a mi compañera


- Soledad, pero tu… soledad ¡basta! ¡Deja esa mierda! ¡ya!-

- ¡Ahhhhhhh! JODER, mirar amor, palpar amor, las luciérnagas están en todos lados Laura, el agua es tan amarilla… ya no puedo mirar más allá en la Bestia confundida-

- Soledad, Darling, por favor tranquilízate, ¡mírate!, ¡mira tú bello rostro!, está decayendo y el trovador, seguro esta allá en París acostándose con una puta falsa poeta, Soledad, es jueves, solo duerme Darling, solo duerme…-

- No puedo dormir mas en este puto auto Laura no seas cojuda, la columna me está matando y se me ha acabado la pintura, quiero bailar, quiero sentirme dentro del intestino-

- Mañana será viernes y podremos bailar, conseguiremos pintura Soledad y embarraras tus deliciosos dedos de vómitos expresivos y me llenaras de esa mierda que acá a la Bestia le gusta tanto, ahora cuéntame de esas quimeras-

- Las quimeras son una mierda Laura, ¡Laura estoy tan dolida! ¡Laura! ¡Laura!, la bestia me quiere comer de a pocos, me siento débil-

- No llores Darling, Soledad eres tan hermosa, tan dulce, estamos en nuestra Bestia, no es como tu París, acá solo estamos tu, yo, el sol gris y el cuero del auto viejo, no podemos bañarnos en la maldita prosa poética, no podemos recitar versos, las quimeras, como las llamas, acá son sumamente sutiles y no hacen más que danzar con nuestros sentidos yo sé Soledad que nadie entiende todo lo que estas pasando, pero te vas a curar-

Laura había cuidado de mí toda la maldita noche de Sol Gris, Laura me cubrió con la manta maldita de la desdicha, soplaba fuertemente aire caliente sobre mis hombros con su respiración y hacía de mis noches algo diferentes, se había convertido en lo que en antaño cubría mi primera novia.

El viernes por la tarde salimos a empaparnos en ron, salimos para huir de las quimeras, Laura decía que estaba muy enferma, Laura decía que no iba a morir, pero cuantas más horas pasaban, la bestia me estaba comiendo, más y mas, hasta sentir que me faltaba sed de vida.

Laura y yo hicimos el amor esa noche, me besaba dulcemente y embarraba mis pechos de su lápiz labial, estaba tan desesperada y tan dolida como yo a mis quince años, ella era aun más débil que yo. Me había pedido que la lleve a París tan pronto me sanase, porque al igual que yo a los quince, no soportaba las quimeras de Lima, no soportaba la orfandad, no soportaba morir siempre de vida, ver el gris eterno, los padres y a la Bestia.

Acá en Lima era tan difícil ser mujer y Laura lo entendía, como me gustaba el nombre Laura, yo la quería y estaba dispuesta a sanar eso, sin involucrarme demasiado, esa noche, descubrí que era una luciérnaga y que me entendía, Laura era tan especial.

jueves, 11 de febrero de 2010

SOLEDARE SOY

Soledare no es soledare. Es energía que palpita. Es receptora. Escucha. Yo llevo mucho tiempo hablándole, pidiéndole permiso para transformarla, para profanarla. Para ser su canal de comunicación, su servidor. Yo conozco su lenguaje silencioso, su ritmo, su vibración, y cuando la trabajo desde la lejanía siento una especie de trance donde experimento las mismas sensaciones que percibo desde toda la vida cuando recolecto luciérnagas sangrientas y que ahora se manifiestan cuando descubro material nuevo en ella –siempre en lugares inesperados- y surge esa extraña conexión que me incita a llevármela a mi tallercito.

Comienzo a bocetear con carboncillo. Con calma, mucha calma, le voy dando forma al esbozo de mi locura. Empiezo con una línea muy delgada, un fino rastro que se va engrosando para representar el fondo de mi alma, el verdadero origen de la esencia. Entonces ya no puedo desearla como antes. Mi obsesión sufre una metamorfosis en este lugar, en este orbe donde mis trazos sólo pueden dibujar a esa terrible mujer. Es allí donde uso un espejo que nunca miente, que me permite ver las imperfecciones de la mutación. Gracias al reflejo puedo ver desde otra perspectiva, desde afuera, y darme cuenta de lo que no me gusta para ir modificándola.

A veces, en ocasiones maravillosas, pongo música para flotar… Ya no necesito más componentes para realizar mi obra maestra. Aquí lo poseo todo, aquí soy Dios. Un inmortal entre los mortales. El heredero predilecto del acervo y de la nulidad.

Luego, llegado la hora, todas las piezas están unida, conectadas irremisiblemente. En mí tiene la misma energía, la misma vibración. Soy yo, soy Andrés, es mi ritmo, mi lenguaje, mi vida (si es que existe una para mí) y soy feliz… Soy soledare (o creo serlo), aunque sea por un instante. Sí. Por un pequeño y apetitoso instante.

El trovador ha muerto

Busqué a Soledad en la sonrisa de Alisée. Busqué a Soledad en cada bar de París y me sumergí en el fango tratando de huir de mi mismo, tratando de encontrarla ahí dónde mi orgullo moría con cada inyección, con cada línea de coca y con cada planteamiento de irrealidad y de realidad también... Dejé la literatura, dejé la existencia y me adentré en lo que es la vida: una dama rabiosa que te muerde como vampiresa, te exprime cada uno de los suñeos... dejé la libertad porque me dio la gana de morir, de follar con Alisée cada vez más drogado, de arrancarle los senos con pedazos de anfetaminta, de cagarme en su boca para que ella se tragara lo tóxico de París, para que ella se muriera atragantada de su propia ciudad que se había comido a mi Soledad. La maté, la droga nos mató a ambos, pero tuve la desdicha de despertar al lado de su frío cierpo de cartón en el apartamento de la "Rúe Des Aux". Entonces supe que mi tiempo en el mundo había terminado, cayendo más bajo: en la apatía total ante el dolor o la felicidad, dormí con el cadáver de Alisée hastq eue su olor empezó a alarmar a los vecinos, y entonces, empezó la verdadera búsqueda, sabía que el único lugar donde podía encontra a Soledad era dentro de mi... El viaje empezó con la vuelta a los libros que me deslumbraron en mi niñez, re-digerí cada letra, no dormía tratando de sobrellevar el síndrome de abstinencia y el montón de párrafos que me tragaba religiosamente tratando de encontrar a Soledad. Un Jueves por la tarde había encontrado a Soledad, rota y enferma en las calles de algún barrio al que me llevó mi desesperación por huir de los cadáveres de mi pasado, allí estaba ella: rodeada de libros y cubierta por una capa de sudor mezclada con lodo, cuando traté de dar un beso en sus labios ella me despidió con un empujón tan fuerte que me dejó tirado en la vereda, corrí tras ella, corrí tras mi luciérnaga sangrienta y cuando logré ponerme frente a ella lo único que escuché fue: -¿qué has hecho con Andrés?

domingo, 7 de febrero de 2010

Memorial

Era estúpido tal vez seguir corriendo y aturdida de nuevo trate de dormir en aquel auto viejo, joven y arrogante me abría convertido en lo que años atrás parecía ser mi novia, no quería pensar en lo que el trovador su banalidad y egocentrismo me consumía, con esos ojos de lujuria, con esos ojos que me obligaban a dormir en su misma cama. Así, me aleje de París para hundirme en el viejo libro memorial color sepia, fotografías, argumentos, lienzos y mucho más, más color sobre mi bestia.


Recibí para ese entonces cartas de una vieja compañera, regresión de quince años, castillo, mujer gris, vómitos, bestia.


Va corriendo la niña

Va corriendo…

El mundo gira mientras toca la campana

El mundo gira pero ella se paraliza

El reloj marca de nuevo la misma hora

Las 4 y 21 de madrugada

Volver al mismo minuto

Paralizar el tiempo…

Paralizar el tiempo…



Corrí a no sé si a la dirección acordada, estaba en un laberinto, mis viejos columbios, la vieja flauta en la mesa, la casa de papá y mamá, ¡mamá de mierda!, ¡Familia de mierda! Decidí desayunar en un café nuevo, claro, que, no volvía a mi bestia hace más de dos años así que con pena note que cambiaba que crecía y se contraía, un intestino grueso.

Entonces me puse a pensar que, ahora que la noche, la noche era gris, y veía mis fantasmas claramente sabia que las luciérnagas allá en París le pertenecían a mi trovador, pero aquí en mi Bestia las luciérnagas no lloraban sangre, las luciérnagas eran una especie de quimera, dolida y arraigada, putrefacta, como mis recuerdos.

No podía masturbarme doblemente, el hecho de pisar el laberinto casero, no significaba autodestrucción, no significaba las flores del mal “saludo”, aunque siento que tenía parte de consumista todo esto, no podía temerle ahora, otra vez, sino, enfrentar, mi virginidad era entregada a la bestia, como ofrenda de los años perdidos, tenía que pagar la agonía, la sombra del árbol que siempre me espero de pie.

domingo, 24 de enero de 2010

PLANTA INFERIOR

La misma sensación vacía y caótica que sentía al observar “Dovima con los Elefantes”, tomada por Richard Avedon en 1955... Nos vigilábamos desde entonces. Ella, la de la planta inferior, lo sabía todo y quería martirizarme, hacer que mi cuerpo se retorciera de dolor, sudara frio y convulsionara. Anhelaba más: que contorsionara los ojos, votara espuma y estremeciera toda la epidermis. En fin, que sufriera las consecuencias del crimen permanente. Y a veces lo lograba.

Porque una noche, durante el sueño, vi a soledare sentada a lo lejos con las piernas cruzadas. Preocupado me acerqué de a pocos y mientras más próximo me encontraba, más la temía. De la nada se llevó las manos al vientre un tanto abultado. Corrí hacia ella creyendo haberla perdido. Apartándole unos mechones de su cabello le acaricié el rostro con ternura, descubriendo que lloraba. Luego, con sus labios temblorosos, me miró intensamente. Sus ojos eran de un profundo color gris verdosos, fríos y siniestros. Y de repente, sin ningún motivo aparente, me escupió en la cara. Sudoroso y agitado desperté, temblando de pies a cabeza, sin poder articular palabra. Aterrado por la primera pesadilla que tenía con soledare, salí corriendo sin saber a dónde ir, simplemente queriendo escapar.

Bajé las escaleras de dos en dos peldaños, volteando hacia atrás de vez en cuando como si fuese posible que alguien me siguiera, y tropecé. Caí rodando: ¡¡¡ERA EL FIN!!!. Nunca descubriría porqué el Trovador me odiaba con ansias oprimidas, porqué depositó aquella noche todo su arribismo sobre mi rostro, porqué se había llevado a soledare de mi lado, porqué me la había quitado y ahora regresaba sin ella para restregarme su triunfo… Tampoco sabría porqué soledare no era soledare en mi sueño, porque nunca me permitió entrar en su magia… Hasta que me detuve. Aturdido, con todo girando a gran velocidad alrededor mío, me pase los dedos por la frente. A la luz tenue de la luna los vi ensangrentados. Confundido tanteé el suelo sin poder ver nada. Mareado y con la respiración entrecortada descubrí un objeto conocido: Una grabadora. Pero ¿quién podría haberla dejado allí? Examinando con cuidado hallé dos archivos. Los escuché y… ¡NO! Tanto en la primera como en la segunda grabación se escuchaba su voz ¡La de ella! ¡La de la planta inferior! Muy tranquila primero, desesperada y nerviosa después.

Mi repugnancia se fue acentuando y entonces no había dudas. Era o no era. Estaba claro, me iba a delatar, si es que todavía no lo había hecho; ya que lo presenciado, al entrar de improvisto en la pieza, había sido sangre, yo, la muchacha y el tipo, sangre, tipo, muchacha, yo, sangre, mis manos, yo, sangre, muchacha, sangre y más sangre.

Aterrado, sabiendo que la pesadilla no había terminado aún, que recién estaba atravesando el umbral hacia los lugares sombríos e inhóspitos de los cuales una vez dentro no podría escapar, quise volver y al hacerlo resbalé y caí hacia la oscuridad del sótano nunca explorado. Rodé y rodé, sintiendo como mis costillas y algunos huesos frágiles se rompían al impactar con los duros peldaños… después un sabor a sangre en la boca muy amargo… rodaba y rodaba… tierra, sangre, dolor...

Antes de quedar inconsciente en el fondo de mis pensamientos, pasó algo extrañísimo: Halle la macabra relación entre la mujer de la planta inferior, soledare, Dovima y el Trovador. Sueño, sueño. Pesadilla, pesadilla. Arribismo, Trovador, arribismo. Soledare con el vientre abultado. “Dovima con los Elefantes” "Soledare con los Trovadores” y la grabación… esa maldita y cierta grabación.

lunes, 16 de noviembre de 2009

VIENDO BOCETOS

Constantemente me gustaba resbalar por las letras de la leyenda de la ciudad sin nombre: Soledare. Ella era gloria, éxtasis y amor. En unos cuantos días había logrado lo que en antaño muchos grandes hombres no habían podido en siglos: Revivir la llama de los estudiantes moribundos que, divagando por cualquier facultad, mendigaban un pedacito de Luciérnaga Sangrienta. Combinó además todos los ingredientes para la perfección, creando lo que por años mi alma no había saciado.

Pero también estaba el otro, "EL TROVADOR", que aparentemente le seguía como un perro tratando de ser sombra y su sombra trataba de ser perro. Él era una especie de luciérnaga-piedra y lo sabía. Dificultaba el pasar de Soledare y hasta parecía que lo disfrutaba. A pesar de eso ella lo amaba, aunque de forma fortuita; lo cargaba en su regazo de madre negada y, apretándolo contra su pecho, le acariciaba la melena, componiendo y descomponiendo cada átomo de su cuerpo, solo para que dejara de berrear; ella lo ayudaba, lo cuidaba dulcemente en esas noches tormentosas y a cambio de eso recibía un mordisco rabioso... Le hacía tanto daño y en el otro lado yo, queriendola proteger.

Y Soledad me mira y mira al perro y vuelve a mirarme. El perro la mira, me mira y enseña los dientes.

Observando la noche, dibujando lágrimas que ella vertía en sus textos inmaculados, evocando acciones y situaciones sabidas… acepto que la leyenda no quería ser reconocida. Recuerdo cuando la espiaba de reojo... ¡Rayos! Ella siempre tan contradictoria, sobre todo cuando la observaba y no lograba ver nada más allá de un vago rumor a sufrimiento. Es gracioso: En ocasiones creía que, al igual que el trovador, me destruiría resoplando con desgano tres palabras, palabras que terminarían llevándome al desquicie… Duele reconocerlo: Soledare nunca quiso nada que proveniera de mí.

En apariencia (y no sé a que grado) nada le preocupaba. Podía publicar todos sus escritos sin autorización, podía volverla la más grande artista y a ella no le importaría. No le interesó cuanto me revolcara en el lodo para que brillara. Por eso se fue, por eso me dejó con todo el liderazgo, con mi dolor,con el vacío, hecho un trapo roto, un Andrés totalmente quebrado. Me dejó solo, no le importó ni una triza mi endemoniado esfuerzo por ser igual al trovador. Se fue. Se fue y no volvió. Siguió al maldito trovador.

Entonces me sumergí en los caudalosos ríos de mi alma, buscando alguna pista para encontrarla de nuevo. Porque yo me obsesioné con sus luciérnagas sangrientas y con su sublime prosa poética. Ella por lo máximo lo intuía, pero yo era capaz de dejarlo todo (que nunca sería mucho comparado con lo que significaba ella): Este edificio que en antaño habría sido un hospital de última categoría, la puerta de madera ulcerada, purulenta, que tanto me recordaba a mi desequilibrado padre, a los prados de mi hogar, a Italia, dejaría mi crimen, no solo visto por la inquilina de la planta inferior que gustaba de escuchar melodías en noches como esta que entristecen el alma de quienes tratamos de ser poetas, que hace fumar, tomar café, consumir pastillas; y hasta abandonaría a Andy Aston en su húmedo y grisáseo ático donde se encontraba encerrado, solo para hundirme hasta las orejas en esa masa facciosa llena de sofismas. Lo dejaría absolutamente todo por Soledare y sus jueves tan frustrantes.

Y al perro… a ese perro desaparecido también lo dejaría, aunque sea oculto junto a mis escombros.

sábado, 7 de noviembre de 2009

86 Agitación Parisina

Nadie paraba de hablar sobre él: decían que era un loco, un desesperado amante latino buscando a su amor perdido, el último gran poeta del tercer mundo... era tanto el escándalo que armó Andrés en París, que lo lógico era que él ya supiera dónde me encontraba yo en aquellos días. Poco me importaba lo que ese tipo buscaba o quería olvidar en este hoyo del mundo.
Lo de venir a París fue una decisión apresurada, me encontraba en el bar "Pasajero" allá en Quito, leyendo una reseña sobre nueva poesía francesa, los rostros impresos a blanco y negro en aquella revista arrugada se veían más patéticos que los de una porno tailandesa, excepto un rostro que me llamó la atención, era el de la poeta "Alizée Bredoteau": encarnación de la ternura parisina; su mirada profunda expresaba el asco que ella sentía por París, por la ciudad sucia que se comió sus sueños, por la ciudad con olor a excremento a la que todo el mundo le quiere hacer el amor. Me tomé una cerveza y con el dinero que me robé de Soledad antes de partir, decidí comprar un boleto a la ciudad en la que los gusanos se devoraron a Jim Morrison.
Pedí más información acerca de la poeta Alizée, antes de tomar el vuelo, haciéndome pasar por estudiante de antropología de la Universidad Central del Ecuador, y tuve poca información sobre ella: su esposo se suicidó cuando llevaban poco más de un año casados, la madre de Alizée era de Barcelona, por lo que vivió gran parte de su juventud en España, cosa que influencia de gran manera su escritura, y después de una gran temporada de alcoholismo ella se encontraba ahora en absoluto aislamiento en "un pequeño cuarto de la rué des eaux".
Llegué a Paría a la medianoche. La ciudad es más fría de lo que uno se espera y tiene un ligero olor a perfume de botella roja... los sonidos de París van más allá de las descripciones, y su magia... la pude encontrar en la mirada de Alizée.
En el vuelo no paraba de leer uno de sus poemas, y en cada nueva lectura mi cuerpo se estremecía de igual manera:
"
3222 por Alizée Brodoteau
Me persigue la felicidad
exagera el vómito al pensar en ti
las cicatrices sanan en la prisión del castigo.
Quiero devorarte como a la droga perfecta,
quiero que un precipicio nos guarde para siempre...
Recurrencias desordenadas se vuelven cacofonías violentas cuando no estás
¿Para qué recurrir a la retórica si tu cuerpo se alaba por sí solo?
¿debo ser una poeta o una maldita loca a tu lado?
No entiendo a las vírgenes tatuadas en mis paredes,
no entiendo por qué tanto caos en mi cabeza
pero estoy segura de que necesito rasgar tu espalda esta noche
"
...
Así era la poesía de Alizée, desgarradora como su mirada, incoherente como las circunstancias que me llevaron a tocar su puerta a la medianoche.
La tenue luz de la luna nueva parisina me hizo ver en sus labios el reflejo de un ex poeta cansado. Le hablé en español sin poder esconder lo mucho que me gustaba su rostro que no dejaba adivinar los 40 años de edad que la poeta tenía. El mío era un español muy desesperado, y ella respondía con una voz muy suave y adormilada mis súplicas de 7 horas de vuelo
Al principio, estoy seguro, de que ella no entendía el por qué de mi visita trans-atlántica de media noche. Poco a poco la poeta se dio cuenta de que un espectro con alma de vagabundo había venido a buscar la poesía escondida detrás de sus párpados. Yo sentía en cada una de sus palabras, en su poesía y en la primera conversación que tuvimos, que ella era una luciérnaga sangrienta al otro lado del mundo, que siempre lo había sido.
-Me encantaría conocer Paría a su lado esta noche señorita Alizée- le dije cuando ella me invitó a pasar a su casa.
Las calles de París son muy diferentes a las que yo estaba acostumbrado, tienen un ambiente pesado y viejo, nostálgico y terrorífico a la vez. El París de los bares y los poetas vagabundos es muy diferente al romántico destino que los burgueses pintan ante nuestros ojos. Entramos a un bar, en el que nos pusimos a beber con Alizée y sus amigos. Vino, mucho vino barato sirvieron, una vez más, para encontrarme al otro lado del mundo.
Cuando yo ya no podía distinguir entre las piernas de Alizée y las de la Madre Teresa, corrí al baño del bar a vomitarlo todo. Música estrepitosa, gritos y conversaciones inentendibles y un ambiente forrado del color de la confraternidad, me llevaron al lavabo. Sin embargo, la embriaguez retrocedió ante un rostro muy conocido. Al principio pensé que se trataba de una alucinación de borracho, pero cuando me habló, supe que, para mi desgracia, Andrés estaba ahí, en el bar francés, frente a mi, viéndome vomitar... -¿Dónde está Soledad?- decía su voz abriéndose paso entre nubes de humo de libertad,
-¿y yo por qué lo voy a saber hijueputa?- fue lo único que respondí, golpée su cara con todas mis fuerzas y salí corriendo. Mi primer impulso fue correr por las calles de París para refugiarme "el pequeño cuarto de la Rué Des Eaux" sin embargo me detuve, y esperé a que Andrés saliera, pero en su lugar vino Alizée y me besó en los labios con dulzura. -Vámonos de aquí flacucho- fue lo que dijo, y yo le hice caso al instante, sus manos tenía la suavidad de las de mi madre y tal vez fue por eso que me dejé llevar por ella sintiéndome un niño asombrado por las luces ténues de una ciudad que dormía. Empezó a llover a cántaros, pero eso no impedía que yo me dejara llevar por el tranquilo y caliente cuerpo de la poeta de la dulzura.
Alizée me llevó a su habitación y me acomodó en el sillón. Yo acariciaba su rostro mientras las lágrimas no podían dejar de correr por mis ojos, le decía en medio de lamentos: -debes ayudarnos, somos luciérnagas...
-Mañana me contarás más sobre las luciérnagas, ahora duerme- decía ella con voz tranquilizante.
Me dormí con miedo a enamorarme de la poeta que vivía como madre y que escribía como perro rabioso.
"He despertado hace unos minutos y he pensado en ti, Soledad.
Me siento atraido por la estética de Alizée, hay algo en su obcesión que no me deja bajar la mirada cuando estoy hablando con ella. LE he contado mucho de ti, y hasta cierto punto creo que se siente un poco identificada con tu manera celeste de ver las cosas.
Días como hoy, extraño tus grandes ojos, pero nunca olvido que Alizée, al igual que tú mi querida, es un cadáver más, una víctima más para el carnicero que las busca en cada sombra en la que yo me escondo para masturbarme mientras escribo.
Me siento frustrado al otro lado del río..."

jueves, 5 de noviembre de 2009

Princesa en castillo de la libidinosa Lima




La bestia se ha comido a mis padres

Y llora de misericordia

Porque no cree en el amor

No creemos en el amor

El cielo de las mañanas en el castillo era gris, sucio afligido, apenado abatido y aciago. Me gustaba ver en el patio lleno de caos y lágrimas. La humedad del tácito viento iba atravesando todos los poros de mi pueril cuerpo. Había mitigado la sombra de un pasado, en mi pequeña caja de cristal.

Cuando llegaba a la sala del castillo, al que me acostumbraron llamarle hogar, me llenaba de un silencio sórdido; miraba cada silla, cada adorno, cada fotografía instigadora, violadora de infancia y veía a mi Soledad, por eso me llamo Soledad.

Que difícil era vivir ahora, mas que nunca, mas sola, me sentía mas joven que esa ola, esa ola llamada Soledad de unos quince años, que temía verle las pupilas puramente negras al profesor de matemáticas y el trovador allá a lo lejos, en Europa, disfrutando de algún café y de su dolorosa prosa poética, porque el tenía a Flaubert en sus ojos, a Borges en sus manos, olor a Cortazar, algo que jamás creía conocer.

En mi endeble torre sepiante, llena de absurdas frases fotografiadas, veo los ojos de la bestia, veo sus dientes, queriendo tragarme de a pocos, era mi Lima libidinosa, queriendo que la toque, queriendo que la bese, quería a su princesa, meterla, doblarla y colocarla en su diminuta caja de cristal.

miércoles, 28 de octubre de 2009

fotografía del cáncer de corazón

Me llegó un recuerdo tuyo y me hizo aborrecer un destino que yo elegí. Pude casi adivinar la forma de tus brazos expandiéndose sobre el infinito para rozar mi arrogancia a través del camino ilegal que hemos ido trazando tomados de la mano por el sendero de las noches frías y las tazas de café. Estuve pensando en tus pequeñas muertes discretas durante toda la tarde de ayer: morías cuando acariciabas el lomo de un gato, morías cuando yo te abrazaba por la espalda, morías cuando probabas chocolate blanco, y morías ante e sabor de la miel de abeja; y hoy con horror puedo mirarme como una figura físicamente ausente desde la última vez que dormí a tu lado, pero mi mente ha estado flotando a tu alrededor siendo alterada, aún en tus constantes y corrientes ausencias, por tu olor corrompiendo mi ciudad a la distancia.
Me llegó tu voz en medio de una tarde de verano, me llegó la locura y la juventud desesperada de aquella maldita ciudad sin nombre en la que derramamos momentos con olor a ascensor, y fue como abrir los ojos, me di cuenta, una vez más, de que no soy un escritor, ni alguien a quien amaste, ni un ser humano siquiera; fue sentir que tu imagen al final había acabado por devorar mi alma y dejarme vacío y enfermo.
!Me has dejado la locura Soledad! me has transformado de por vida, !me has parido al mundo banal y enfermo!... sin besos, sin flores secas, sin manos suaves que me cuiden en las tardes de resaca.
Envidio la suerte de los pintores, pues ellos pueden vomitar lo que las palabras no alcanzan a susurrar; la pintura es un verdadero desahogo, mientras que escribir sólo aumenta la desesperación y soledad de mis días, me hace revolcarme sobre mis propias frases y pensamientos mal construidos, confusos y más confusos cada vez. Escribir es una cárcel que no nos permite escapar del lastimero y pesimista destino que nuestra propia mente ha construido

martes, 20 de octubre de 2009

Aurevoir I

Eran dos días después de la estupidez del trovador hiciera presencia, me cuestionaba tantas cosas, te veía ahí en un bar vomitando, vomitando prosa poética, hablándole a un viejo completamente ebrio y contándole sobre mi. No entiendes el porque de mis temores, no entiendes tantas cosas trovador, a veces se me desgarraba el alma cuando las luciérnagas sangrientas alumbraban el tácito cielo y me sugestionaba respirando palabras fuera de mi cuando me liberaba de demonios azules vomitando ideas sin fundamento.


Me hubiese gustado trovador, navegar en la nada (aquello que esta después del universo) contigo y enseñarte de lo lejos todo, el todo que no puedes oprimir en tu vista, porque para ti todo se resume en la ciudad sin nombre y Quito aunque siempre, mi estimado trovador, te gustó estar en el centro de la misma mierda, esa mierda que existía en los barreados donde tu primer amor se vendía al mejor postor.

No te diré trovador las razones contundentes por las que me estoy marchando, no te escribiré una carta, no te llamaré, ni sabrás de mi, regresaré a mi tierra (esa que nunca conociste) donde el cielo es todo gris pero, no un gris bonito, si no un gris sucio y triste, un gris abandonado, la tierra donde salió por primera vez el sol gris, eso, que no es como tu Quito, porque tú eres todo Quito y aunque vives influenciándote de toda esquina de la ciudad sin nombre, de todos los bares de Paris y me besas a mi, mientras te muestro mi Lima Gris, tu llevas a Quito a todos lados de la mano, a un bar, a la cama, a la taza del café, a la plaza y hasta estaba Quito en tus escritos y mientras eso pasaba, yo sentía que le hacía el amor a todo Quito.

sábado, 10 de octubre de 2009

A Soledad...

"Héctor y andrómaca de Giorgio de Chirico"
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Querida Luciérnaga sangrienta:

He sido abortado del útero de la genialidad, y por lo tanto las palabras sólo sirven para hacerme más daño. Para recordarme que soy un jodido muerto en vida, que no entiendo, que no comprendo lo que significa vivir en esta ciudad de asco, de estanterías color rosa, en el suburbio que rodea al espejo.

Tú en cambio, vives en las palabras, en el arte que creas en los baños donde las mujeres pierden reiteradamente la virginidad y los drogadictos duermen un rato en el éxtasis de los autobuses del pasado, en la autodestrucción progresiva y la angustia fetal regresiva.

Hoy voy a crear el arte de la irrealidad, el arte del ouroboros: que se devora la cola de días de sol, de la lastimera banalidad de ser un artista muerto, un artista jodido.

No te apenes si no me vuelves a ver por esta ciudad de letras de Biblia cortadas con navajas de suspiros, pero por alguna razón siento que me debo alejar de la vida de botes de basura, por alguna razón siento que las luciérnagas sangrientas siempre fueron una farsa vestida con los trajes de Andrés. Nunca hubo un movimiento, nunca hubo nada, sólo reiterado vacío entre nuestros caminos de amor turbio. Sólo sé que te amo, sólo sé que sería un estorbo para tu genialidad, para tu amor al arte… porque mi apatía y mi constante tendencia a la genialidad arrogante y erróneamente masturbativa no son compatibles con el destino que fue forjado para ti, para esos labios capaces de dar disparos en el cráneo de cualquier hombre, y capaces de crear un universo lleno de cuestiones sicotrópicas en mi cabeza. Tomaré tus ojos, tus labios y tus versos, tus piernas, tus senos y tu cintura, y me largaré a escribir poemas en los bares donde la gente muere lentamente, lamentablemente.

Perdón por fallarte. Perdón por no haber asesinado a Andrés.

jitanjáforas de amor

Cuando Soledad me hace falta, cuando me encuentro a mi mismo en sus ausencias y recuerdos de gemidos, empiezo con mi estoica labor de autodestrucción espiritual. Mis ojos buscan en el cielo características de jueves, pero aunque la desesperación me ataque, Soledad no está. No es el día de Soledad.

Pero hay veces, días amarillos con sonidos sicodélicos, en los que encuentro los labios de Soledad en algún callejón o en una botella de vino y me siento morir en repeticiones armónicas: entre sus piernas, entre sus párpados cayendo al ritmo de la noche en un bar.

Me encontraba pensando en la ausencia de Soledad, en las noches sin dormir, en las calles de la ciudad, y decidí perderme en las nubes gloriosas del bar de Paco. La cerveza era más costosa que en cualquier otro bar, pero me encantaba escuchar al viejo Paco improvisar jazz.

Como el viento, como un maldito susurro de un heroinómano, Soledad entró al bar... al sucio bar de siempre… y me sacó de ahí, como un ángel arrastra al santo ebrio hacia el cielo.

Aquella noche escalé mil veces el monte de Venus de Soledad, me sentí perfecto, me ahogué dentro de nosotros, me tragué toda la banalidad contenida desde siempre, todo se volvió más puro y confuso… la agonía del día de las avispas se vio revitalizada con los labios de mi dulce Soledad, la nube más puta de nuestro universo paralelo. Y mientras acariciaba en éxtasis el cuerpo perfecto de mi poeta muerta pude ver a mil acordes revolotear en la habitación, mil acordes saliendo de la boca de Soledad, de sus labios exhalando palabras de amor y desencanto.

Entre sus piernas, nuestras miradas entrecruzadas en las estaciones de tren de nuestros sueños rotos, nos quedamos dormidos. Al despertar en los brazos de Soledad, decidí marcharme en silencio, porque siempre me gustó hacerle el amor al ruido para escapar por las noches con el hermoso silencio… porque sólo soy un cobarde más, un destructor del arte, la sombra de un escritor. Porque a veces siento que ella llora por Andrés en las madrugadas. Soledad busca a Andrés en mis versos, en mis ojos, en la línea del horizonte que separa mi mirada de la realidad.

Antes de que Soledad abriera los ojos, tomé un par de libros de su apartamento, me bebí una taza de café y me contuve cuatro beses de besar sus labios ¡cuánto me encantaban esos labios mágicos, capaces de recitar versos encantados en medio de un orgasmo en un baño público! a momentos deseé que ella se despertara y me detuviera, que saltara sobre mi y que me dejara hacerle el amor desesperadamente, como nuestros versos, pero ella tan sólo suspiraba jitanjáforas de amor … tal vez sea hora de largarse a París y formar una banda de rock, o tal vez sea hora de crear mi propio Apocalipsis en las letras del firmamento. He de olvidar a la más puta de las nubes.

viernes, 9 de octubre de 2009

Sin el trovador

1. El mismo jueves de sol gris de la siguiente semana, en una calle gris y en un bar de fachada gris, te encontré, estaba llorando porque Andrés me sofocaba, andaba como en una obsesión y no se si era por las luciérnagas o por mi. A Andrés le gustaba llamarme de una forma extraña, nunca pronunció bien SOLEDAD, era una pose de intelectual inconfundible y es que no entiendo porque la gente cree en la verdad relativamente, para mi solo existe el absoluto.


2. El se encontraba en un sopor de ilusiones banales, creía que danzaba arte, cuando yo jamás quise bailar con el.

Quiero a mi trovador, ¿Dónde esta el trovador?

No me gusta como huele Andreu, huele a wisky Johnnie Walker etiqueta azul, ese olor de los que dicen ser el verso sufrido de vanguardia o de los que conocen a los miserables pero todo es una farsa, tal vez un tipo que no busca nada mas que la asquerosa fama, ¿y si quiero morir? ¿Qué?

3. La fama era la asquerosa manera del hombre en búsqueda de la vida eterna, esa llave tan útil, a los que dicen tener un gran ego, pobres imbéciles, no se dan cuenta que, el trovador en toda su miseria tiene mas de eso contenido. Estaba caminando por la calle gris de la ciudad sin nombre, estabas en un bar y yo lo sabía, pero no me atrevía entrar.

4. Era tu inútil manera de odiar el arte, no digo que estemos creando arte, pero en cuanto oías o leías un comentario de que, lo nuestro, ese tango furioso, agresivo que nos movía en un teatro desolado, era algo parecido al arte, huías de mi, cobarde, sabiendo lo mucho que te necesitaba. No importa las si las líneas que escribieras estaban llenas de metáforas que adornaban al verbo, no importa si, te quedabas sin inspiración, yo y tu danzamos música trovador, nunca la hemos hecho. Yo no espero ser reconocida o recordada para siempre, no espero ganar un asqueroso Nobel, si fuera así, me casaría con Andreu y adornaría este escrito lleno de carroña. Sin embargo, tu nunca creías en mis besos, ni cuando quería que me hagas el amor, tu siempre en tu mundo, desde tu ventana me veías sufrir, llorar, palpar esas hojas que tu escribías por las noches y hacerles el amor con los ojos, porque ahí mi trovador, estaba tu esencia, tu alma robada hace años por una puta que jamás te hizo caso, ahí se hallaba el trovador joven al que no le importaba el mundo, todo un adolescente medroso, inquieto, todo un niño pueril.

5. En Francia, París recatado, viaja mucha gente buscando porque Vallejo escogió ese lugar para morir, porque un jueves que termino siendo Viernes, ¿Era un jueves de sol gris?, a veces el deseo falla, y si trovador, yo nací un día en que Dios (el muy pendejo) estaba loco y se fumaba un Lucky Strike, esa nicotina, ese soplo desmedido de lo absurdo, era yo. Nunca fui a París por que me gustara su bohemia, a mi solo me atrajo el gris y te encontraría llorando en una plaza ahogando todo en el veneno suave de el vino tinto, siempre tinto o ron barato, ¿te robaron el alma? ¿O siempre careciste de una? El trovador era feliz, cuando todos estábamos tristes incluyendo al mediocre Andreu, pobre, lo hacías sufrir con tu sarcasmo execrable.

6. Te contaría de los demonios que me carcomen, de el alma en pena que paseo por la noches solitarias, cuando tu no me ves fumar pero, estas tan lejos los días en que, la sombra de lo que jamás ganaste no estaba en ti, entrare, yo se que entraré al bar, te tomare del brazo, te arrancare un beso y nos iremos a dormir.

miércoles, 7 de octubre de 2009

la insoportable banalidad del trovador

Es un vicio terrible el de no estar inspirado. Una obra de teatro circular que envuelve a cualquier artista en el Apocalipsis de su existencia; empieza echando raíces sobre el corazón del poeta y termina estrangulándolo en el limbo del no-arte. Es así que se han dado las grandes transfiguraciones de la literatura, es así que los antiguos poetas se ahorcan a diario para resucitar en el alba a un sueño de no-creatividad.

El triunfo de la aceptación de la realidad, el hastío de los conjuntos completos, y la memoria visiblemente golpeada por la resaca literaria son comunes efectos de la falta de inspiración; aunque, en casos más severos, el proceso de destrucción creativa viene acompañado de una manía por tratar de justificar el asesinato al arte con una excusa que lleva el nombre de “arte”… pero no nos engañemos, este “arte” es sólo una farsa, un desesperado intento por salvar lo insalvable…

Nadie en la ciudad sin nombre entendía las manías del trovador: poesías recurrentes y repetitivas, muestras salvajes de adoración a la autodestrucción como forma estética, repudio por el espacio literario en general y un estado de constante modorra. Las fiestas y funerales a los que asistía el trovador asiduamente hacían efecto en las “luciérnagas sangrientas”, mientras tanto soledad pasaba los días pintando paredes con su esmalte rojo. Nadie entendía, nadie comprendía las manías del trovador.

Y Justo en esos días, un grupo de estudiantes de letras trataron de “emular” el estilo de las luciérnagas sangrientas, visitaban a Soledad constantemente y uno de ellos: Andrés, tal vez el más entusiasta del grupo, se convirtió en el discreto amante de, como él mismo decía, una “leyenda de la nueva literatura en la ciudad sin nombre: Soledad”.

Sin embargo, El trovador se mostraba más reacio a aceptar la posición de las luciérnagas sangrientas en la “literatura”, el prefería referirse a sus poemas e historias como “casi poemas” o “historias descontinuadas”, huía de cualquier muestra de admiración por el estilo de vida, y de arte, visceral que llevaban en las venas las nuevas “luciérnagas”. Pero los jueves eran de Soledad y el trovador, nada había alterado ese salto de irrealidad que ambos seres daban cuando aparecía aquel sol triste y ebrio, que más que la bandera del movimiento era su significado en sí.

Para cuando el trovador dejó de escribir, Andrés tomó el liderazgo del grupo, e incluso llevó las publicaciones de Soledad a una revista “underground” de la facultad de letras, todo ante la mirada apática del trovador, a quien nadie, ni él mismo, recordaba, tan sólo Soledad, aquella hermosa luciérnaga escondida tras las letras del destino, las letras del dios que se burlaba del trovador en los baños de los bares de la ciudad…

antagonía

Eran de esos miércoles que mataban, la agonía más fuerte que había sentido, un dolor profundo en mis huesos, estoy indefensa y no te puedo pedir mas calcio. Nosotros nunca fuimos tiernos, sin embargo creo que nos queremos algo ¿verdad? Es ese querer incomprensible, una mezcla de migraña y congestión, era eso o morir ahogado en un charco de lágrimas que no son nuestras.


Somos dos almas en pena divagando en un hilo de sopor, tú eras la razón y yo el sentimiento, caminamos de la mano como dos antisociales románticos y clásicos entrando a una discoteca de puro reguetón, siempre huyendo, pero no por miedo sino por alergia. ¡Asco al mundo! Asco a todos, nosotros somos dos pobres luciérnagas sangrientas conociendo el infierno, dos turistas mas, porque es bastante obvio, se que no perteneces aquí.

Tú casi siempre me tomabas la mano, pero nunca te atreviste a darme un beso, olías a cerveza con algo de marihuana y yo olía a dolor. Me empine hasta besar tus labios, el beso, ese beso que rompía todo esquema esclarecido, una creación que alterna la claridad paradisíaca diría Goethe, esa duración de apenas unos segundos y toda la información circulando en mi cabeza que sin duda igualaría a toda una década de publicación en el New York Times, información que mata y no comprendo.

Fue hoy un día horrible, horrible, horrible en el que había despertado, ya no podía ser la misma, te miraba flanqueando entre mi cuerpo y la pared, soy tan ególatra, que no soporto que tu ser se separe corporalmente del mío y ande con cualquier perra, y sigo pensando que, somos tan diferentes, estoy llorando y el no sabe porque, el no entiende en lo mas mínimo que es lo que me acoge, -la melancolía del verso protestante- pensé, esa soy yo, no se porque critico si desde el principio fuimos tan libres pero no es cosa de adornar el absurdo sino de crear una historia y me estoy entregando a estas líneas malditas. ¿Porque mierda nadie me entiende?, nadie entiende nunca la verdad en las lágrimas de una mujer y como odio ser mujer, mujer, mujer.

Maldita infancia desgarradora y antagonista. Si soy caótica, otra palabra, quizás desordenada sonaría mejor, es por ti y al compás de un buen blues voy recordando como para aumentar mi dolor que nosotros somos esos dos que no se aman ni se toleran, pero mantienen una conexión, e apretado demasiado el lápiz y recuerdo cuando estuve tan sola, tan sola, esas pérdidas que no comprendes, maté a mi propio hijo antes que naciera, recuerdo mientras me voy carcomiendo y tu sigues tan sumergido en lo superficial aunque, no te pido me entiendas, porque ese es “mi mundo” mi antagonismo, ese mundo que subestimas, ese dolor tan ecuménico del que eres excluido y tengo ira, tanta que se siente como uñas en un vidrio raspando retóricamente produciendo un sonido insoportable, ese sonido, que tu ahorita no puedes escuchar. Me vas besando, tratando de cargar parte de ese todo, pero no te das cuenta que no eres mas que un estorbo, los miércoles son dolor, dolor, dolor, dolor pero, tu dices: mañana saldrá de nuevo el sol gris y me sigues besando, como tratando de sentirte mejor contigo mismo es miércoles, de esos miércoles que matan.

miércoles, 30 de septiembre de 2009

Libertad: fugaz e inexplicable

Era un martes, martes, martes, martes. Estabas tú comiendo algo de pizza ya fría, y en la mano una taza de chocolate caliente, posaba mi rostro sobre esa almohadita que tanto me gustaba, a pesar que dormíamos juntos nunca nos hemos relacionado como algo mas que una pareja literaria ¡Oh! Claro a excepción de ayer, que le di por primera vez un beso.



El, siempre olía a colonia barata, tabaco y vino tinto, lo quise así, pero no era ni será jamás una atracción física, yo se que el hombre, mas bien niño, con el que duermo, se ha acostado con la mitad de las mujeres de aquí, la ciudad sin nombre, porque como antes lo mencione era su lujuria encantadora lo que te llamaba a quererlo, a estrujarlo, a protegerlo entre tus brazos, era una visión maldita de tus peores temores hundidos en crema de chocolate.


Siempre fuimos libres, yo también admito haberme acostado con varios hombres de la ciudad, pero lo mío y lo del trovador era casi mágico, no era humano, un huracán de emociones, una maldita combinación entre una melodía de Bach y Kurt Cobain, el podía verme desnuda por horas, danzar en nuestras sábanas, peinarme el cabello, tocarme eróticamente los senos y volverle loco, pero, jamás el ha de tocarme de otra manera que no sea para admirar mi cuerpo, nunca compartimos esa parte animal, lo nuestro no se si sea arte, aunque lo dudo, no lo se, era mas que eso era siempre tan nuestro, tan nuestro, tan nuestro y en muchas ocasiones escuche que yo era distinta, por eso no me sentía mal, yo era la única que le haría ver el sol gris los jueves, las luciérnagas en el techo, la que le enseño la droga, la que lo convirtió en inmortal.


No me pregunten porque lo dejo a veces, jamás me digan que me necesitará, creo caer entre las primeras gotas de lluvia mañanera, en el pasadiso de la ciudad sin nombre, donde los mendigos van a buscar su pan.

lunes, 28 de septiembre de 2009

El canto de los cisnes desnudistas

"La habitación" de Van Gogh
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Viernes (Soledad no aparece ni en la morgue) Amada Soledad, Siento vacío al no tenerte conmigo. Destellos difractados y revoluciones descompuestas me recuerdan que no puedo abrazarte por las noches y esa sensación de lejanía, cada vez me acerca más al centro del ruido. Del vicio de amarte con euforia del que soy víctima estática. Un plan de autodestrucción se ha encendido en mi corazón, no habrá bandera blanca. He de morir peleando entre tus brazos en un día soleado, por noches frescas en medio del olor de tu pecho
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Sábado (Definitivamente Soledad se ha marchado…) … y ha dejado mi colchón mutilado. Quedó la botella de vodka rota en la cocina y las aceras salpicadas de lágrimas y restos de borrador. Creo que es el ocaso de mi vida como tal: lo único verdaderamente artístico en la ciudad sin nombre. Una prostituta me mira desde una esquina con ojos de diamante y vacío, me atrae un poco su cabello mal cuidado y el murmullo de whisky que desprenden mis neuronas; pero yo me pongo triste, porque no sé quién es Soledad.
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………. Más tarde
Bajo por la avenida “Siberia” y todos los bares están llenos y yo estoy tan vacío, tan sólo, que hasta creo que mis células me abandonan poco a poco, como pasajeros de un tren a la deriva. Están lanzando cadáveres de bebés por las ventanas hechas con botellas de vino tinto, las casas blancas se ven grises en la ciudad de los sueños podridos, en esta maldita ciudad sin nombre, ya no sé si busco acción, ya no sé si busco una esquina de mi barrio o las paredes rayadas del parque abandonado, el parque de las vírgenes y los violadores…
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…. Amanece (el cielo tiene color de vómito) y creo que es Domingo Me levanto en una habitación cubierta de papel periódico y pajaritos amarillos, y la estrella de la mañana me ha cogido cabreado. Salgo por una puerta que huele a cadáveres de árbol y por alguna razón, pienso que encontraré a Soledad ahí afuera, en la ciudad, pero en su lugar me encuentro un vagabundo borracho acostado junto a la basura; rebusco en sus bolsillos y consigo un par de monedas, lo suficiente para agarrar el autobús que me lleva a un lugar X en medio de la ciudad sin nombre, el imbécil del autobús me mira con cinismo mientras escupe los restos de humanidad que le quedaban… lo hemos perdido, es un maldito muerto más… La tranquilidad del autobús me produce escalofríos, los rostros en la calle se escurren por mi oídos y entran para alejarse en mi cráneo ¡estoy harto! mientras escribo y escribo… no hay nadie aquí, no está Soledad. Y tantas cabezas, que se vuelven putrefactas dentro de mí, me producen odio que corre por mi sistema nervioso.
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Xxxxxxxxx aún estoy ebrio y todo da vueltas, de pronto el autobús se convierte en mi habitación… en nuestra habitación… en la habitación de nadie… en la habitación donde ella me hace más y más falta, siento que hay una quebrada ahí afuera…. xxxxxxxxX
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La quebrada respira en mi nuca.
La muerte toca la puerta de mi habitación,
mientras la música indolente y fría,
no deja de sonar,
atrayendo, tal vez,
a la angustia que quiere devorarme por dentro y fuera.
La angustia, la hija de la ansiedad que nunca se ha llenado,
producto de mi vida desesperada,
del grito continuo y ruidoso que sumerge mi existencia en infame vacío.
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LxAxHxAxBxIxTxAxCxIxÓxN DELtrobador
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Mi habitación tiene 4 paredes.
Dentro de ellas he soñado muchas cosas
para mutilarlas en las mañana de lunes,
cuando las 4 paredes suenan como Peristaltismo inverso
y el mundo se me viene encima,
las palabras del fin de semana,
la manera brutal de sacarme el amor
suplantando su presencia con litros de alcohol
y los olores a cabaret se vuelven un delicado puño que acaricia mi cuerpo
en vertiginosas repeticiones
que devuelven cadáveres de neuronas
que caen sobre la inexistencia que ronda la habitación.
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Lunes 3:00 am (dos ebrios en el bar, una botella de whisky, y un viejo conocido de mis épocas de estudiante hablando incoherencias) Puedo casi adivinar la forma de tus brazos expandiéndose sobre el infinito por rozar mi arrogancia a través del camino ideal que hemos ido trazando tomados de la mano por el sendero de las noches frías y las tazas de té. Necesito a Soledad
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De pronto, el fin de semana se volvió un vacío, pensé que yo era un cadáver, hasta que el lunes por la mañana ella me despertó en un bar con un beso en los labios. Nuestro primer beso.

domingo, 27 de septiembre de 2009

¿dónde está Soledad?xx

Imagen: pabellón B por Jaime Zapata
Seres nacidos de la nube más alta
maldicen en verso al gigante de labial
son las luciérnagas
que brillan solitarias en las alcantarillas
una pareja sangrienta
que guarda con inocencia una caja de pecados
Lujuria y dulzura
confundidas en la ciudad sin nombre
son las luciérnagas
que cantan al vértigo
una pareja sangrienta
que sueña con números imaginarios
¿Me escucha Soledad?
¿dónde está Soledad?
X
La gente no sabía a ciencia cierta si “las luciérnagas” era una pareja de escritores o un grupo de rock. Daba lo mismo. En los círculos literarios nos tomaban por locos, por seres escapados de un limbo sin palabras. Los librepensadores nos tomaban por tontos apáticos y decían de nosotros que andábamos ebrios todo el tiempo, que éramos unos vagabundos y que nunca llegaríamos a nada.
Nunca llegamos a nada.
Nadie nos quería entre los suyos, pensaban que una pareja de “luciérnagas sangrientas” traería el horror y la desgracia a donde sea. Vivíamos demasiado nostálgicos, demasiado aturdidos por el choque de muchas realidades juntas. Seres nacidos de la nube más alta.
Un grupo de literatos de la ciudad esperaba escuchar nuestras creaciones; insultarnos, analizarnos como a bichos raros; un viernes… Yo quería cambiar la historia, darnos a conocer, pero Soledad entendía que nuestro arte era sólo para los dos, una cajita de píldoras de cianuro para adentrarnos en nuestra desgracia, nuestro arte no era un escapismo, no era una manera de “sobrellevar” la realidad, más bien era el relato de la firme convicción que ambos teníamos, de que nunca podríamos salir de la gran puta llamada ciudad, con cada palabra o suspiro, con cada elogio hecho para el otro, o con cada ensayo misántropo que elaborábamos, nos metíamos más y más en la vagina del infierno al que estábamos condenados desde que mis brazos se inyectaron con la heroína de los labios de Soledad.
¿dónde está Soledad?
Los “literatos” me regresaban miradas de asco, y buscaban a algún culpable, al desgraciado que se le había ocurrido invitar a las luciérnagas ese viernes, justo ese viernes… la cita era a las 3 o 4… yo aparecí cuando ellos estaban a punto de largase, yo esperaba encontrarme ahí a Soledad.. pero ella no apareció…
¿Me escucha Soledad?
¿dónde está Soledad?
Hubiera querido visitar a alguna amiga de Soledad, pero la única amiga que ella tuvo había muerto antes de que yo la conociera. Hubiera querido visitar a los padres de Soledad, pero una mujer tan insensata e impulsiva no debió nacer de una madre, debió nacer de una calle o de una estación de metro. Busqué a Soledad por las avenidas, los bares, y los parques donde habíamos caminado alguna vez, por los cines, las iglesias y la prisión… nada, ni rastro de ella. Pensé que ella tal vez había terminado de enfermarse de mi, o que tal vez encontró un amante millonario capaz de ayudarla a publicar…
De un momento a otro,
ya no tenía sus labios para pintar nuestros sueños,
ya no tenía sus dedos para escribir poemas en el vapor de los ventanales del metro
ya no tenía su voz en el centro de mi corazón
¿Me escucha Soledad?
¿dónde está Soledad?
De pronto, el fin de semana se volvió un vacío, pensé que yo era un cadáver, hasta que el lunes por la mañana ella me despertó en un bar con un beso en los labios. Nuestro primer beso.

sábado, 26 de septiembre de 2009

Agonia Crepuscular I

Me he hundido en la amenaza de la bestia de dientes negros, he tomado dos píldoras mas de antidepresivos, mirando el huracán de caos que te causa mi estado. Andábamos haciendo algo, besabas mi cuello y te miraba como si nada tuviese sentido ahora, me he puesto mal, he caído en las sabanas de tecnopor del mundo, no me basta llorar, así que no lo haré, es innecesario que me digas algo, puesto que las cuestiones de la vida no hablan tan ruidosamente como las de mi corazón.
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No queríamos pensar, porque el pensamiento en estos momentos mata, tu dices que me quieres, trovador usted es una luciérnaga rara una combinación de morado con naranja, la conspiración de Dios para hacernos mas mortales de lo que todavía somos. No me gusta llorar, pero sus sentidos tan desarrollados ya distinguieron ese olor a nostalgia que despide mi cuerpo, me ha abrazado, me estruja entre sus brazos y me hace perder la razón.
El mundo de tecnopoor va cayendo, desquebrajándose, parte por parte, derritiéndose con un café caliente que le da al corazón, siento penetrar una bala en mi pecho, como aquella ocasión cuando vi el arbolito banal con milzha y otra vez trato de arrancarme el corazón, usted sabe que sufro de esto, me ando preguntando si esta fingiendo no interesarle o, es que espera alguna respuesta de mi parte, ¿no sabe que me ando muriendo? Solo atina a abrazarme y a fulminarme con el olor a colonia barata, ese olor, con el que lo conocí, mezclado con tabaco y vino tinto, así, así lo quiero y así lo empecé a querer.
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Vomitare todo lo que yace en mi estómago, entre las píldoras, la sangre, la comida y el dolor. Me levanté fui al baño y regrese vacía de nuevo, metiéndome otra píldora mas, se que me quieres golpear, eso lo se, pero ya nada puedes hacer conmigo, me moriré pronto, mientras tanto déjame ser contigo esas luciérnagas sangrientas que solo salen días como hoy, los días jueves de sol gris, pronto amanecerá y vendrán con el crepúsculo todos los prejuicios juntos y moriremos otra vez porque solo los jueves vivimos, vivimos algo “tan nuestro” que solo los parásitos sin horizonte, los sensibles románticos y los suicidas de nacimiento pueden sentir, pueden ver el sol gris irse en el horizonte para dar paso a el funeral, porque con tres árboles puedes amar un bosque, un bosque, un bosque.